martes, octubre 12, 2004

Morir al dormir

Uno de los grandes temores, de esos temores pasajeros que surgen y se van y no por ello dejan de ser grandes, me nació muy temprano algún día hábil tras tomar un taxi en calzada de Tlalpan en la ciudad de México. Hace un año, quizás menos.

La frase que dije y que desgranó la razón de ese temor fue algo así "cómo cambió el clima".



La respuesta fue lo que menos espera un pasajero a las 6 de la mañana.

"A mi no sólo me cambió el clima, sino me cambió la vida, hoy desperté y me di cuenta que mi esposa estaba muerta a mi lado".

No sé con precisión cuantas cuadras estuve en silencio dentro de ese Volkswagen que tomó rumbo por Eje Central.

Un rato después, quizás como mascullando, dije "caray, pues mi más sentido pésame".

Entonces el taxista comenzó a detallar los hechos, que había salido a trabajar porque no tenía dinero para el sepelio, que sus hijos no fueron a la escuela, y que para ello le esperaban de regreso en casa.

La historia me conmovió, y a la cuenta, que sumaba 30 pesos en el taxímetro, le agregué 10 extras, quizás en mejores condiciones hubiera multiplicado la propina.

El temor de morir dormido me anduvo dando vueltas en la cabeza, hasta que se me bajó a la gastritis, lo que me llevó al doctor del trabajo, quien evaluó, que traía una ansiedad extraña que solucionó con unas pastillitas para el mal gástrico, rico placebo que también hizo efecto en mi cabeza.

Pero mi mal en ese tiempo estaba extendido, y si no era yo el muerto, podía ser mi pareja o un familiar, lo que me llevaría a vivir la supuesta mala experiencia del taxista mañanero.

El temor se desvaneció tras dos semanas después de haber tomado aquel taxi, después quedó como una anécdota, no para olvidar que sigue siendo una preocupación existencial como cualquier otra.

Un persona me dijo después, sonriendo.

"Qué crees, se me hacía tarde para ir por mi hija y tomé un taxi que traía una especie de teléfonos abajito de la guantera, y qué crees que me dijo, que hoy a eso de las 2 de la mañana se dio cuenta que su esposa había muerto mientras domía".

Al mismo tiempo que terminaba de decirlo, una parte dentro de mis preocupaciones desocupaba espacio que mantenía falsa información, pero además, mi cerebro descargaba un peso psicológico que se mantenía como remanente.



La preocupación se fue en forma automática, no porque no pueda ocurrir este caso en mi o en algún conocido, sino que la idea partió de una mentira y automáticamente perdió peso.

Lamento haber perdido aquella ocasión 10 pesos que pude ocupar en comprar el diario y si alguien se topa con el taxista que mata a su esposa por cada cliente que se trepa a su vocho, pueden evitarse la carga emocional o pueden optar por mostrar sus dotes histriónicas.

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