sábado, agosto 22, 2015

Adiós al bobo de la tribu

>> Daniel Rabinovich era musico, humorista, actor y el bigote más distinguido de esos elegantes payasos que forman Les Luthiers 

Siempre que se va un grande del humor, queda un vacío complicado. Uno recuerda una y otra vez las actuaciones que nos doblaron de la risa, pero ese espacio consume todas las carcajadas como un gran hoyo negro y nos deja al final aplastados, deprimidos, casi llorando por la nueva ausencia.

Con Daniel Rabinovich pasa eso.

Era un prodigio con esos instrumentos poco convencionales de Les Luthiers, era un extraordinario humorista, pero sobretodo, era el mejor actor del grupo.

Era el "bobo de la tribu", no sólo por su disparatada participación en "Cartas de color" y pese a ello, era el más listo del, primero sexteto y luego quinteto de los "lutieres".

Era el único que le robaba escenario a Marcos Mundstock en la presentación de los números aunque no supiera leer las sinopsis de las obras ficción de ese enorme músico ficción que es Johan Sebastian Mastropiero (¿O eran de Günther Frager?).

Rabinovich aporta mucho de ese humor que pese a ser rebuscado, es fácil de asimilar cuando uno se deja sorprender. Pasa con el también desaparecido Roberto "El Negro" Fontanarrosa, también un grande del humor argentino y colaborador de Les Luthiers y en menor grado con Jorge Porcel, literalmente, un gigante que aportaba más humor de situación y picardía.

Quienes gustamos de Les Luthiers vamos a extrañar nuevas obras donde Daniel aporte el uso de su mirada para rematar un chiste, se extrañará su disparatado uso del lenguaje para enredarse inteligentemente en un juego de palabras que no es cantinflería, sino ingenio amalgamado con chispas culturales e ingenuidad infantil.

Se extrañará la laxitud y rigidez para cantarle a Ernesto Acher "La gallina dijo Eureka", su enorme aportación al bolero bufo y el toque histriónico que aportaba al quinteto de humoristas que aprovechaban la pose de pingüino para engañarnos que eran solemnes, cuando siempre han sido unos payasos geniales.

Se extrañaran sus notas graves de "bass-pipe a vara", un enorme trombón que para tocarlo requiere de llantitas, de su ritmo en la batería mientras se anuncia la llegada de Warren Sánchez y las notas de su latín, ese violín cuya caja de sonido es una lata de jamón.

Daniel Abraham Rabinovich Aratuz, que era su verdadero nombre, puede ser el alumno más adelantado de Mastropiero, porque no alcanza la talla de concertista de Carlos Núñez Cortés al piano, la limpieza al violín de Carlos López Puccio o la virtuosidad de Jorge Maronna en la guitarra. Más era el elemento indispensable del chiste, la cara de risa, el negrito en el arroz, el bigote más distinguido del grupo, desde sus inicios en 1967 hasta hoy, cuando Rabinovich disfrutaba sus 71 años y padecía ya un par de infartos previos al desenlace.

Quedan al menos cuatro luthiers (quizás siete si contamos un ex y dos suplentes) y millones de fans en el desamparo, con la risa arrastrando esa mueca que la invierte y transforma en llanto.

Pero, como diría el propio Rabinovich: "Pero el tema todavía da para más. Esto es, todo esto... todo esto es ... todo es... Esto es, todo... todo, esto, ese, todo eso es. Éste todo, ¡Oh!, ¿qué es esto?, éste se, éste se, todo eso se, eso se tostó, se... ese seto es dos, dos tes, dos, eso es sed, esto es tos, tose tose toto, o se destetó teté o est ... ¡Ahh! ¡Esto es todo!".


@jccortes