jueves, septiembre 04, 2014

Cerati; el final del sueño

Pocos músicos han causado conmoción de sentidos como lo hicieron a mediados de los 80s Gustavo Cerati y sus compañeros de Soda Stereo ("Zeta" Bosio y Charly Alberti) y pocos mantienen al público con una expectativa tan prolongada por una situación de salud como la que padeció el músico argentino que murió hoy en Buenos Aires.


Recuerdo la tarde-noche que llegó a mis manos un cassette "mezclado", que por aquellos años causaban furor entre los jóvenes, casi siempre, uno de la marca Sony de 60 minutos que tenía rotulado a manera de grafiti con un marcador indeleble algo así como "Rock en español" o "Rock en tu idioma".

La pieza con la que arrancaba el lado A aquel arcaico dispositivo de almacenamiento era "Nada personal".

El riff de la guitarra era apenas un marco para lo que representaba la voz de Cerati en una pieza hoy icónica de la música en español.

"Yo te prefiero, fuera de foco", iniciaba el cantante nacido en Buenos Aires, Argentina, un 11 de agosto de 1959. La increíble voz de roquero tenor fluía vaciándose por ocasiones en leves falsetes al final de algunas palabras. No era un rock común, no era la música que inundaba la radio de aquellos tiempos, la frase de inicio era poesía, era una metáfora, una invitación a imaginar envuelta de un rock profundo.


Muchos entenderán con artistas de esta talla lo que es el "amor a primera vista". Soda Stereo no sólo era la fuerza musical tan necesaria para aquel momento en el que reinaba el pop fresa con piezas melosas, baladas cada vez más suaves y una promoción que mantenía hipnotizada a la población que gustábamos escuchar la radio. México y América Latina sucumbían ante ese mainstream.

Soda Stereo fue el parteaguas junto con muchos grupos que se quitaron la cáscara de la música fácil y entraron al reino del rock complicado, aprendizaje que evolucionó casi 20 años después del boom en los 60s. No es de extrañarse que las influencias de Soda Stereo sean de la prolongada ola británica: The Beatles, The Police, The Cure, Queen y Pink Floyd, entre otros.

Pero, a distancia, de todos esos grupos en español, incluídos los llegados de España que trataban de prolongar la llamada "Movida", el único que parecía realmente marcar distancia sin copias, era Soda Stereo, aunque más de uno escuche en la música del grupo argentino ecos de los británicos Tears for fears con quienes compartieron alguna vez escenario.

A Gustavo Cerati y Soda Stereo se le debe un remanso para las preocupaciones de los países latinos que sucumbían a las crisis, en particular en Argentina, donde la política se revolvía para pasar de la dictadura a un régimen democrático sin tantas ataduras, pero también por el conflicto internacional que vivían en la disputa con Inglaterra por las Islas Malvinas.

En México, sacudido por sesenta años de priismo, la población afecta a la música escuchó en Soda Stereo y la ola del rock en español una ligera puerta de manifestación. A la ola se montaron El Tri que tuvo que subirse al giro comercial; Rockdrigo González que le puso sello a su blues-rock con los lamentos de la urbanidad, Botellita de Jerez y Jaime López que le dieron un toque de desmadre al rock mexicano y otras agrupaciones que se permitieron gritar algunas preocupaciones sociales en su música.

Con poco de ese bordado de lo social, Cerati tejía rock y poesía en un arte que había comenzado en 1980, sumemos a esto, las características de la voz de Cerati, tema que merece atención de los expertos.

Parte del éxito de Soda Stereo es que no era la música fácil, temática chistosa, amorosa o versitos sencillos. No, por la voz de Cerati fluyó una poesía poco convencional que hacía imaginar habitaciones oscuras donde la luz de la tarde se filtraba entre ventanas con las cortinas cerradas.

Hacía imaginar noches en colectivo donde un personaje se escapaba a la soledad de su interior para reflexionar al centro de una discoteca o extensos páramos donde había una pizca de preocupación social.

Había en la música y voz de Cerati, hombres alados, mujeres durmiendo al calor de las masas, lugares donde reventaban las estrellas, comunicación sin emoción, temor, vergüenza, signos, prisioneros de un ritmo cruel, todo siempre al borde de la cornisa.

Con la muerte de Cerati, la generación invadida por la música de Soda Stereo en esas mezclas grabadas en cassettes llenas de rock fácil de los 80s y pop disfrazado de música subversiva lamenta la pérdida de uno de los más significativos músicos latinos de los últimos 30 años.


Gustavo Cerati, la potente voz de Soda Stereo, finalmente concluyó la expectativa de su despertar y dejó secar uno de los pocos oasis de la música en español concluyendo así cuatro años de sueño.

Y ahora, mi favorita de Soda Stereo

domingo, abril 20, 2014

García Márquez y Los Beatles

Murió Gabriel García Márquez… poco qué agregar a los millones de bytes escritos sobre él… quienes lo leímos lo lamentamos profundamente… sólo añado que pocos escritores llegan a causar una emoción, y el colombiano lo consiguió, no con literatura fácil, no… no olvidaré el desaire inmisericorde que le hizo Fermina Daza a Florentino Ariza con aquel "No por favor, olvídelo"… pero, basta… no es este post para hablar de los libros de Gabo… sólo para rescatar este texto publicado por Proceso y otros medios el 15 de diciembre de 1980 donde el premiado periodista escribe sobre Los Beatles a propósito del entonces reciente asesinato de John Lennon…

Ojalá que García Márquez encuentre a todos sus personajes y arme una tertulia en un pueblo caluroso e imaginario...

Aquí el texto:
Por favor, no pregunten, por supuesto que es un fake, en la foto original es Ed Sullivan.

Sí: la nostalgia sigue siendo igual que antes  

  • Gabriel García Márquez


PARIS.- Ha sido una victoria mundial de la poesía. En un siglo en que los vencedores son siempre los que pegan más fuerte, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y la mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteósis de los que nunca ganan.
Durante 48 horas no se habló de otra cosa. Tres generaciones –la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos mayores– teníamos por primera vez la impresión de estar viviendo una catástrofe común, y por las mismas razones. Los reporteros de la televisión le preguntaron en la calle a una señora de ochenta años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó como si tuviera quince: La felicidad es una pistola caliente. Un chico que estaba viendo el programa, dijo: "A mí me gustan todas". Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó como si tuviera ochenta años: "Porque el mundo se está acabando".
Así es: La única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de Los Beatles. Cada quién por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía.
Yo no olvidaré nunca aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de Los Beatles. A partir de entonces, descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Angel, donde apenas si teníamos dónde sentarnos, había sólo dos discos: una selección de preludios de Debussy, y el primer disco de Los Beatles. Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres: Help, I need somebody. Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bozart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla en favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es "un oiseau de malheur", es decir, un pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé desde entonces en incluir a Los Beatles. Emilio García Rivera, que estaba de acuerdo conmigo, y que es un crítico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: "Oigo a Los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida". Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a máquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de Los Beatles a todo volumen.
Como sucede siempre, pensábamos entonces, que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar a los momentos amargos, y los pinta de otro color, y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde sólo vemos con sombro cómo éramos de jóvenes cuando éramos jóvenes, y no sólo los que estábamos allí, sino también la casa y los árboles del fondo, y hasta las sillas en que estábamos sentados. El Che Guevara, conversando con sus hombres alrededor del fuego en las noches vacías de la guerra, dijo alguna vez que la nostalgia empieza por la comida. Es cierto, pero sólo cuando se tiene hambre.
En cambio, siempre empieza por la música. En realidad, nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento en que nacemos, pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco.
Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que Los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inició la liberación del sexo y de las drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres y los hijos, el principio de un nuevo diálogo entre ellos, que había parecido imposible durante siglos.
El símbolo de todo eso –al frente de Los Beatles– era John Lennon. Su muerte absurda nos deja un mundo distinto poblado de imágenes hermosas. En Lucy in the Sky, una de sus canciones más bellas, queda un caballo de papel periódico con una corbata de espejos. En Eleanor Rigby –con un bajo obstinado de chelos barrocos– queda una muchacha desolada que recoge el arroz en el atrio de una iglesia donde acaba de celebrarse una boda. "¿De dónde vienen los solitarios?", se pregunta sin respuesta.

Queda también el padre Mackenzie escribiendo un sermón que nadie ha de oír, lavándose las manos sobre las tumbas, y una muchacha que se quita el rostro antes de entrar en su casa y lo deja en un frasco junto a la puerta para ponérselo otra vez cuando vuelve a salir. Estas criaturas han hecho decir que John Lennon era un surrealista, que es algo que se dice con demasiada facilidad de todo lo que parece raro, como suelen decirlo de Kafka quienes no lo han sabido leer. Para otros es el visionario de un mundo mejor. Alguien que nos hizo comprender que los viejos no somos los que tenemos muchos años, sino los que no se subieron a tiempo en el tren de sus hijos.