viernes, septiembre 17, 2004

Recordando un golazo

Aquel gol que anotaría Pelé

Pocos recuerdan en la larga vida de las cascaritas callejeras los malos ratos, que alguien les hicieron un túnel o que un contrincante le rompiera la cintura en un regate, pocos recuerdan en su papel de portero el haber quedado inmóviles viendo como la pelota viajaba sin girar en algún ángulo de la portería, y hay razónes de peso, es vergonzoso pensar en ellos. Por eso mejor recordamos nuestras "miniglorias", los golazos, la jugada de fantasía, la habilidad de nuestras piernas hace mucho tiempo.

Pasó en aquel tiempo, que era habitual salir al partido después de la comida, la tarea escolar y algún mandado doméstico.

Calle vuelta cancha de futbol, con una inclinación que impedía el control de la bola naranja de la marca Salver, la misma pelota que permitió esta hazaña.

Es cualquier día hábil de la semana, con un gol en contra recién anotado, y teniendo como regla el sacar desde la meta, me di a la tarea de poner en marcha el juego y enfrentar al primer contrario apenas a unos tres metros de mi portería, es como diría Angel Fernández, el juego del hombre, hombres, no había equipos, eran Alex, Jorge y Juan contra Mauricio y yo.



Muchos conocen bien las pelotas Salver, tienen dibujados los antiguos gajos de los balones de futbol, o los que aun tienen las de volibol, y hay dos opciones, unas naranjas y otras blancas, en realidad no hay diferencia más que de color, y que por cierto, posteriormente la Secretaria de Salud advirtió que eran fabricadas con material PVC, en algunos casos tóxico. No es nuestro caso que en múltiples ocasiones les sacamos el pivote con la boca para inflarlas o desinflarlas.

De mano izquierda hago girar la pelota para que dé un bote que llega a la rodilla, Alex se planta frente a mi, y de la nada le pego a la bola hacia arriba haciéndole un sombrerito, avanzo un par de pasos y resulta que, como en un deja vu, la escena se repite en una circunstancia similar, el bote vuelve a quedar a la altura de la rodilla y es Jorge quien sale al frente, y la situación es tan parecida a la recién vivida, que automáticamente el golpe a la Salver naranja sale por sobre su cabeza para volver a avanzar dos pasos más. Ya en este momento, era una proeza para festejar.

El tercero a enfrentar es Juan, la pelota da el mismo bote pero ahora resulta más difícil controlarla por el declive de la calle y porque Juan es más alto que Alex y Jorge, la pelota da dos botes y el contrario sabe cuál es la intención, porque ya picado, voy por el tercer sombrerito de la jugada.

Sobre el lado derecho, Mauricio observa la jugada , despeinado, sin camisa y sin pedir la pelota.

Es un día caluroso, como son todos los días cercanos al verano en el norte de Veracruz, aun cuando pasan de las cuatro el sol sigue pegando durísimo y haciendo sudar sin fin, gota tras gota.

Es evidente el momento en que paso del terreno soleado al sombreado que da la vieja guásima que invade la calle, atrás, en la parte iluminada y calurosa en extremo, me siguen sin correr Alex y Jorge que esperan un acierto de Juan que les permita quedar solos frente a la portería desprotegida.

Al segundo bote de la pelota me voy con una finta de Juan, va a engañarme que se comerá el tercer sombrero, pero en un momento duda, y finalmente ataca, en la primera finta le pude pegar a la bola, pero la jugada se extiende hasta el tercer bote en el que me animo a golpearle.

Como la situación cambió de las dos primeras escenas, el golpe de la pelota ya no es igual, la experiencia no puede repetirse tal cual y el calculo falla.

Estos partidos son curiosos, a veces una anotación ocurre no por el acierto del ofensivo o el error defensivo, sino por el grito salvador que dice "¡carro!", y que deja a la pelóta muerta y la escena en pausa mientras el auto sube o baja, o mientras suben o bajan. A veces ocurre que un auto no pasa por un gran rato, a veces pasan uno tras otro impidiendo la fluidez del juego, momento que algunos aprovechan para ir a tomar agua a su casa y parar así la inercia.

Alguna vez, un juego tuvo que terminar porque la pelota fue arrastrada por un autobús y la dejó rodando en el sentido contrario en el que transitaba un camión materialista aplastando y dejando ponchada de muerte a la bola.

Como el nuevo bote de la pelota resulta más difícil, el exceso de fuerza manda la esférica o más bien, un poco ovalada, mucho más allá de su cabeza y va a dar a las ramas de la guásima y Juan y yo quedamos en una ligera espera mientras vemos como entre tumbos, la pelota desciende ante la mirada de Jorge, Alex y Mauricio que levantan la cabeza siguiendo la jugada.

No fue un salto sorprendente, quizás si apenas fue un salto ligero, y ahora que lo pienso, quizás Juan brincó más que yo en forma inoportuna, y fue inoportuna porque en el brinco de ambos, quien le dio con la cabeza fui yo, y además de manera descompuesta, no fue un cabezazo rotundo y firme, no fue frentazo, el giro de mi testa fue adelantado, aunque en pleno brinco pero apenas suficiente para darle con la parte superior del cráneo, sólo una posible repetición lo confirmaría, pero no hay quien lo grabe, ni quien lo fotografíe.


El caso es este, yo salto después, y el cayó cuando yo, un poco por encima, alcanzo la pelota.

La actitud de Juan es de desconcierto y lo obliga a dar un paso difuso, sin convencerse hacia dónde dirigirse cuando la pelota ya toma un rumbo y yo me planto en el suelo sin perder de vista la pelota.

Estos juegos, tienen un chiste particular, que consiste en que las reglas, no son las ortodoxas para cualquier juego de futbol, por ejemplo, la pelota no puede entrar a la portería "de aire", tiene forzosamente que dar botes, otra regla es que se juega sin portero, y si se asigna uno, este no puede tocar la pelota con las manos, y si lo hace, invariablemente será penal a cobrarse a dos o tres pasos, lo que implica una seria amenaza para el rostro o un gol inevitable.

La sospecha de que las cosas no sean como lo quiero, me hace dar un paso hacia la pelota al momento que Juan busca la bola girando la cabeza hasta que finalmente la encuentra con la vista en camino franco a la portería.

Mi paso se detiene, nunca voy a alcanzar la pelota, ni Juan ni yo, y cuando quedo inmóvil mi adversario dio finalmente el paso correcto hacia la bola, pero entendió lo que yo, el gol era inevitable.

Con la ayuda de la inclinación de la calle, la pelota da un par de botes y cruza la línea de gol cercana al lado izquierdo, después se va más allá y hacia una banqueta sin detenerse mientras resignado alguno del equipo contrario va por ella.

El gol se añade al marcador y Mauricio y yo chocamos la palma derecha para festejar, quién hace tres sombreritos y anota de cabeza.

Una gloria perdida, cuál sería el marcador en ese momento, no lo recuerdo, quizás 14-11 o 18-16.

¡Señores... fue un golazo!

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