Hay que poner en contexto que por los años 70s y 80s, la tarjetería no era cosa comercial sino más bien una costumbre elitista que se concentraba en las imprentas ya que las tarjetas de XV, bodas o bautizos se personalizaban (aún) y las que podían venderse comercialmente eran muy caras, básicamente porque no había costumbres arraigadas de mandar tarjetas por ejemplo de Día del Amor, salvo que hubiera un compromiso, lo que sí estaba muy arraigado era el envío de postales, pero eso merece otro post…
Regresando a los tiempos preposaderos, era ese momento que las papelerías abrían un pequeño espacio para venderlas en masa. Y ahí sí, había muchas y de diversos tipos aunque casi siempre muy repetidas, grandes y elegantes con sobres bordados en dorado o plateado, con relieves, con diamantina, etc... pero los chavos que teníamos un amplio espectro social y una lista mínima de 50 compañeros de salón nuestra opción era unas pequeñas tarjetitas que apenas tenían el tamaño de una caja de cerillos o "fóforos" como dicen los españoles.
Las tarjetas eran ridículas pero cumplían con el fin... una portadita con una imagen navideña, con algún nacimiento, una virgen cargando a un bebé, una noche con estrella iluminando a tres beduinos, un pinito navideño, algún intento de paisaje nevado o hasta un Santa Claus, que por mis latitudes nunca fue bien visto.
Dentro de la tarjeta, el vacío total, excepto por dos conjunciones escritas de la siguiente manera.
DE______________
PARA____________
Las rayitas venían incluídas.
Como en esos tiempos no había becas del Bienestar nos teníamos que conformar con robarle unas monedas a nuestros padres o de plano hacer un esfuerzo supremo y morderle a nuestro presupuesto de los pasajes.
Así, con nuestras 10 tarjetitas “deapeso” venía la parte difícil, elegir los nombres a quienes se les entregarían… qué labor… casi todo quedaba en el encantador círculo que habíamos consolidado en un círculo candoroso de amistades limpias y puras que sólo compartían pláticas del futuro, intimidades ruborizadas sobre los incipientes romances, filosofías juveniles y muchísimas ideas estúpidas e inmaduras que terminaban en carcajadas por montones.
Cuántas tarjetitas de esas habré regalado, cuántas habrán terminado colgadas de un pinito, ah porque esas tarjetitas invariablemente tenían un pequeño hilo atado al borde… ¿Cuántas estarán quizás guardadas?… ¿Alguien habrá guardado alguna de mis tarjetas? (Escuchar aquí la música introductoria de "La Dimensión Desconocida")
De mi parte, recibir una tarjeta en primaria o secundaria era todo un elogio, sin importar quién la entregaba, era un poco como las cartas de los adultos… siempre decían tanto, revalorizaban a las personas aunque eso quedaba sólo como un concepto personal casi siempre equivocado.
El caso es que esas tarjetitas siempre eran un preámbulo de una feliz Navidad, y más cuando además de resolver el cuestionario “De, Para”, venía un extra del tipo “Que pases muy bonita Navidad, Que tengas feliz Navidad con toda tu familia, Feliz Navidad para toda tu familia” o un simple “¡Felicidades!”. Qué tiempos... a propósito, ¡Feliz Navidad!… ya tantán.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario